jueves, 18 de diciembre de 2008

la acedia


A lo largo de la Edad Media este demonio fue conocido con el nombre de acedia. Aunque los monjes seguían siendo sus víctimas predilectas, realizaba también buen número de conquistas entre los laicos. Junto con la gastrimargia, la fornicatio, la philargyria, la tristitia, la cenodoxia, la ira y la superbia, la acedia o taedium cordis era considerada como uno de los ocho vicios capitales que subyugan al hombre. Algunos desacertados psicólogos del mal suelen hablar de la acedia como si fuera la llana pereza. Mas la pereza es tan sólo una de las numerosas manifestaciones del vicio sutil y complicado que es la acedia. Al hablar de ella en el «Cuento del clérigo», Chaucer hace una descripción muy precisa de este catastrófico vicio del espíritu. «La acedia», nos dice, «hace al hombre aletargado, pensaroso y grave». Paraliza la voluntad humana, «retarda y pone inerte» al hombre cuando intenta actuar. De la acedia proceden el horror a comenzar cualquier acción de utilidad, y finalmente el desaliento o la desesperación. En su ruta hacia la desesperanza extrema, la acedia genera toda una cosecha de pecados menores, como la ociosidad, la morosidad, la lâchesse1, la frialdad, la falta de devoción y «el pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia, que mata al hombre, como dice San Pablo». Los que han pecado por acedia encuentran su morada eterna en el quinto círculo del Infierno. Allí se les sumerge en la misma ciénaga negra con los coléricos, y sus lamentos y voces burbujean en la superficie:


la indolencia del alma por empezar lo bueno

1 comentario:

Andres Anderes dijo...

«Triste hicimos el aire dulce que del sol se alegra, llevando dentro acidioso humo: tristes estamos en el negro cieno.»
Saludos.